martes, 24 de mayo de 2016

Libertad.

Igual sea el final, el último día del bien de la humanidad.
Igual deberíamos huir, preguntarnos qué hacemos aquí, por qué estamos aquí y para qué seguimos respirando.
Necesitamos ver mundo, huir de nosotros mismos, correr entre la hierba y sonreírle a la nada.
Querernos y no querer a nadie o quizás querer sin querer.
Tenemos que abrir los libros sin pensar, leer lo que nos plazca y huir entre mil mundos sin tener en cuenta nada más allá de quiénes somos, queremos ser y seremos.
Al menos eso es lo que opino y quiero creer yo, eso es lo que me hace levantarme cada mañana (algunas con menos ganas y más sueño.)
Debemos creer en la promesa de que no hay nada mejor o que somos algo mejor, mejor que lo que vemos o veremos, mejor que lo que deseamos o desearemos.
Maldita sea, tenemos que reír como locos y saltar de seto en seto para que no nos vean.
Tenemos que huir como el conejo de Alicia y reír como el gato de Chessire.
Siempre he amado a ese gato, él sí que sabía vivir y ser, él sí que sabía como debía ser todo sin importar las limitaciones.
Yo busco el texto perfecto a pesar de que sé que jamás lo conseguiré tal y como sé que nunca encontraré una Musa de nuevo o que jamás podré encontrarme a mí mismo en el abismo.
Nada de puntos suspensivos aquí, hoy no. ¡Vaya sandez!
Tengo calor y acabo de ver como una gaviota se posa frente a mi ventana, ¿será una señal? ¿He de saltar y engancharme a ella para volar y ser libre?
A estas alturas no creo que ni ella misma sea libre, nadie ni nada es libre.
Vivamos día a día, total, no nos queda otra.

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