Denian
miró a su alrededor y encontró su cinturón sus cuchillos en sus
fundas atados a este, aunque no vio su hacha y eso le hizo pensar en
el destino de esta. En manos de Johan o algún otro de aquellos
imbéciles y traicioneros que se hacían llamar guerrros,
o algo por el estilo.
La
anciana volvió a entrar cuando el chico se colocaba y ceñía el
cinturón y lo miró extrañado.
-¿Qué
haces? Tienes que descansar -dijo mirándole atónita.
Denian
terminó de colocarse sus armas y le devolvió la mirada, aquellos
ojos marrones ya no estaban tan vacíos y sin esperanza como la
última vez, y si la mirabas bien ya no tenía tantas arrugas ni el
pelo tan cano, incluso parecía más alta.
-¿Qué
hay aquí? -preguntó el chico- A..anoche...algo en mi
cama...alguien...
La
mujer parecía saber a que se refería Denian pero este no lo notó
así que se tragó lo que dijo la anciana.
-Sólo
fue un mal sueño, mijo
-dijo acercándose a él y abrazándolo-. Tienes que recuperarte si
no quieres perderte en el bosque y morirte de hambre o si algún
animal te ataca.
La
mujer miró por la ventana hacia el huerto a medio arar que tenía en
la parte de atrás de la casa y después volvió hacia Denian.
-Además,
necesito ayuda -enseñó sus manos-. Estas viejas, como yo, ya no
sirven para arar y si me ayudaras...
Denian
acabó cediendo y lo siguiente que ocurrió en aquella casucha húmeda
le agradó. Tenía hambre, desde que había escapado siempre tenía
hambre, y cuando la anciana le llevó un cuenco con una sopa en la
que se podían ver algunos trozos de carne se le hizo la boca agua y
comenzó a devorarlo todo.
Después
de comer decidió hacer un poco de actividad física y ayudar a
aquella anciana.
Mientras
araba la tierra notó como sus heridas estaban ya maravillosamente
curadas, y por la duración de los días seguramente había estado un
par de semanas ahí aunque no recordaba nada y era demasiado poco
tiempo como para encontrarse tan bien después de casi haber muerto.
Recordó
como la última vez que había hecho aquel mismo trabajo un jinete
monstruoso había salido de entre los árboles y le había perseguido
hasta darle caza.
La
noche comenzó a cernirse sobre ellos y aún atardecía cuando la
anciana le pidió que entrase.
-¡Ha
cenar! -ordenó diligentemente.
El
chico hizo caso al instante y entró, otra vez la misma sopa que
devoró con el mismo impetú y después, casi sin darse cuenta, se
quedó dormido.
Volvió
a despertarse en mitad de la noche, otra vez con aquellos astutos
ojos observándole en silencio y de nuevo volvieron a hacerlo.
Volvieron
a unirse en un solo ser hasta que ambos llegaron al clímax y
volvieron a quedarse dormidos.
Cuando
despertó no había ninguna marca, y la anciana estaba de nuevo un
poco menos arrugada, más alta, con sus ojos con algo más de vida y
algunos reflejos cobrizos en el pelo.
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