viernes, 20 de mayo de 2016

END - Capítulo II - Parte 2.

Denian miró a su alrededor y encontró su cinturón sus cuchillos en sus fundas atados a este, aunque no vio su hacha y eso le hizo pensar en el destino de esta. En manos de Johan o algún otro de aquellos imbéciles y traicioneros que se hacían llamar guerrros, o algo por el estilo.
La anciana volvió a entrar cuando el chico se colocaba y ceñía el cinturón y lo miró extrañado.
-¿Qué haces? Tienes que descansar -dijo mirándole atónita.
Denian terminó de colocarse sus armas y le devolvió la mirada, aquellos ojos marrones ya no estaban tan vacíos y sin esperanza como la última vez, y si la mirabas bien ya no tenía tantas arrugas ni el pelo tan cano, incluso parecía más alta.
-¿Qué hay aquí? -preguntó el chico- A..anoche...algo en mi cama...alguien...
La mujer parecía saber a que se refería Denian pero este no lo notó así que se tragó lo que dijo la anciana.
-Sólo fue un mal sueño, mijo -dijo acercándose a él y abrazándolo-. Tienes que recuperarte si no quieres perderte en el bosque y morirte de hambre o si algún animal te ataca.
La mujer miró por la ventana hacia el huerto a medio arar que tenía en la parte de atrás de la casa y después volvió hacia Denian.
-Además, necesito ayuda -enseñó sus manos-. Estas viejas, como yo, ya no sirven para arar y si me ayudaras...
Denian acabó cediendo y lo siguiente que ocurrió en aquella casucha húmeda le agradó. Tenía hambre, desde que había escapado siempre tenía hambre, y cuando la anciana le llevó un cuenco con una sopa en la que se podían ver algunos trozos de carne se le hizo la boca agua y comenzó a devorarlo todo.
Después de comer decidió hacer un poco de actividad física y ayudar a aquella anciana.
Mientras araba la tierra notó como sus heridas estaban ya maravillosamente curadas, y por la duración de los días seguramente había estado un par de semanas ahí aunque no recordaba nada y era demasiado poco tiempo como para encontrarse tan bien después de casi haber muerto.
Recordó como la última vez que había hecho aquel mismo trabajo un jinete monstruoso había salido de entre los árboles y le había perseguido hasta darle caza.
La noche comenzó a cernirse sobre ellos y aún atardecía cuando la anciana le pidió que entrase.
-¡Ha cenar! -ordenó diligentemente.
El chico hizo caso al instante y entró, otra vez la misma sopa que devoró con el mismo impetú y después, casi sin darse cuenta, se quedó dormido.
Volvió a despertarse en mitad de la noche, otra vez con aquellos astutos ojos observándole en silencio y de nuevo volvieron a hacerlo.
Volvieron a unirse en un solo ser hasta que ambos llegaron al clímax y volvieron a quedarse dormidos.
Cuando despertó no había ninguna marca, y la anciana estaba de nuevo un poco menos arrugada, más alta, con sus ojos con algo más de vida y algunos reflejos cobrizos en el pelo.

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