martes, 19 de abril de 2016

Huida.

Corría y corría, huyendo. Quizá de alguien, quizá de sí misma.
No miraba atrás ni tampoco al frente si no que miraba hacia el suelo, hacia sus pies, hacia la maleza y hacia el vacío mismo.
Aquella huida, irónicamente, parecía una metáfora de la vida misma.
Tropezaba con las ramas del mismo árbol cada dos pasos haciéndola retroceder tres y allí, en el horizonte, algo desaparecía, algo se perdía entre las mortíferas garras de la oscuridad.
Las lágrimas caían por sus mejillas, acariciándola y bañándola entre sus suaves y triste recuerdos que la ahogaban hasta dejarle los labios morados y los ojos rojos cono la sangre sobre la nieve o la piel sin mácula.
Al final, como suele pasar, la oscuridad lo engulló todo dejando tras de sí un leve rostro de lágrimas y recuerdos.

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