Los
días siguieron alargándose hasta que cobraron algo más de lo
normal.
Cada
día en el pueblo era una fiesta y el alcohol corría por las calles,
sólo había ocurrido un incidente que merecía la pena ser contado.
Uno
de los soldados del danta intentó violar a la hija de uno de
los hombres más destacados del pueblo, el herrero de la orden.
Rápidamente
fue castigado con la ejecución y colgado junto al cadáver de Karl
que seguía ahí, dos meses y medio después pudriéndose.
Aquella
sería la semana más larga del año, catorce horas diarias,
suficiente como para conquistar un bastión y alejar cuanto antes a
aquellos soldados de sus familias.
Denian
no tenía padres ni hermanos, por eso para él todo aquello no
suponía un problema.
Al
amanecer todos se dirigieron hacía Kest, con los hombres de Johan en
vanguardia y el resto en la retaguardia. La orden de los
caballeros del trono les había adiestrado en ese tiempo
enseñándoles algunas de sus técnicas, pero no sus secretos.
El
bastión de Kest era una enorme mole de piedra tan alta como
doscientos hombres y tan ancha como cien de forma rectángular.
Unos
enormes muros rectángulares la protegían de los indeseables y la
única forma de entrar eran unas grandes puertas de metal que
comenzaron a cerrarse en el momento en que los centinelas observaron
a aquella maraña de cuerpos acercarse.
Todos
comenzaron a correr por orden de Johan menos sus hombres que en esta
ocasión no llevaban túnicas, ni tampoco sus típicas armaduras de
metal, si no que iban ataviados con unos pantalones y una camisa de
tela del color de la sangre. Los caballeros agarraron sus arcos y
tensaron unas enormes flechas de metal, estaban a quinientos metros
de la fortaleza y dispararon.
A
algunos de ellos les costó conseguir tensar lo suficiente aquellos
arcos como para que llegaran y se ensangrentaron los dedos, pero
dieciocho de las veinticuatro flechas disparadas se llegaron a su
destino, sólo dos impactaron en el punto exacto, sobre las puertas,
y al hacerlo estallaron dejando una gran grieta entre las que los
soldados podrían pasar.
Los
soldados de Plamenov parecieron asustarse ya que retrocedieron
levemente antes de seguir corriendo hacia el interior.
Johan
y sus hombres se lo tomaron con calma y fueron caminando mientras que
los que se habían hecho cortes en los dedos se vendaban las manos,
entre ellos Denian.
Una
vez penetraron por las puertas observaron como el caos se había
apoderado de aquello.
Los
soldados del danta con sus capas rojizas y sus armaduras
cubiertas de tela negra se movían como torbellinos, lanzando golpes
a diestro y siniestro sin saber muy bien si acababan con la vida de
uno de sus enemigos, ataviados con cotas de malla, o con los suyos.
Johan
ordenó a sus hombres a ir hasta la torre y estos le siguieron sin
rechistar con paso lento pero firme y sus espadas en la mano.
La
puerta del bastión era como la de las murallas así que el líder de
la orden volvió a usar sus flechas contra ella y al entrar pudo oír
los llantos de un bebé.
-No
queremos prisioneros -dijo antes de lanzar una bolsa llena de sus
viales.
La
planta baja del bastión se llenó de fuego y los llantos cesaron
mientras que todo lo que había de madera en aquel lugar era
consumido por las llamas y las personas que ahí reposaban ahogadas
por el humo.
Cuando
todo terminó la noche se había hecho y una enorme pila con más de
tres mil cuerpos daba luz y calor dentro de aquellas murallas, no
tenían nada de que preocuparse y en silencio se introdujeron en el
almacen de Kest para sacar de ahí todos los barriles de cerveza y
celebrarlo en silencio, si alguien hablaba podría despertar a las
cenizas.
*
* *
Denian
fue el primero en abandonar el Kest, la fiesta seguía allí y más
ahora que habían contratado algunos servicios femeninos. La
guarnición de Kest era excesivamente pequeña cuando
tomaron
el bastión y eso le extrañaba, le resultaba demasiado inverosímil.
Cuando se acercaba a Nian, la villa donde vivían todos los miembros
de la orden pudo observar como una pequeña columna de humo se izaba
sobre las casas. No podía ser una chimenea, el cielo comenzaba a
clarear y nadie habría despertado aún, así que el joven de pelo
rojizo y ojos azules corrió hacia aquel lugar. Cuando llegó el olor
a carne quemada le hizo retroceder y desenvainar su espada. Habían
atacado durante la noche y a más de diez kilómetros el fuego no se
había podido ver, y más teniendo en cuenta la enorme montaña que
resguardaba aquel lugar. Ya no quedaban soldados, tan solo cadáveres.
Decenas de cadáveres. La mayoría eran de campesinos, todos
ataviados con sus ropas de telas de baja calidad, pero había varios
soldados como los de Kest con sus cotas de malla rodeando un cadáver
que refulgía sobre la nieve, era el danta. ¿Por qué cojones no
había ido con ellos? Denian oyó un alarido de dolor a su derecha y
corrió hacia el lugar, topándose con Neut el panadero que agonizaba
y se ahogaba con su propia sangre.
-Má...mátame...-suplicó
como pudo. -¿¡Quién ha sido!?
El
chico se inclinó a su lado y dejó caer su espada para poder
levantarle la cabeza cómodamente.
-Él...él
lo ordenó...no fue... -la sangre que emanaba de su boca hizo que
tuviese que dejar de hablar. El pelirrojo agarró uno de los siete
cuchillos de caza que llevaba a la cintura y tras cerrar los ojos le
cortó el cuello a aquel hombre. La confusión le abrumaba cuando se
puso en pie y envainó su espada y seguía haciéndolo cuando se coló
en los establos y
robó
uno de los caballos que había allí. Denian volvió al bastión lo
más rápido que pudo, castigando a su caballo con el látigo y las
espuelas que se había colocado antes de salir. No sabía qué había
pasado, pero quería una maldita explicación. Cuando estuvo a apenas
unos metros desmontó de un salto y entró corriendo ante la atónita
mirada de los más de diez mil hombres que faenaban por allí,
recogiendo las espadas y los escudos de sus enemigos por si podían
usarlas o venderlas en alguna de las ciudades.
-¡Nian
ha sido arrasada! ¡El danta ha muerto! -anunció como el nudo de su
garganta le permitió.
A
algunos se les cayeron las cosas de las manos y la gran mayoría
soltó una exclamación de sorpresa mientras que los miembros de la
orden intentaban ahogar su consternación. Johan se acercó al joven
y lo miró con seriedad.
-¿Quiénes
han sido? Y...¿qué cojones hacías allí sin una orden?
Denian
clavó sus ojos en los de su líder de forma acusativa, sospechaba de
él desde el primer momento, desde la muerte de Lady Straufs.
-Han
sido los soldados de este bastión, seguramente bajo las órdenes del
comandante Henus, pero... -hizo una pausa y miró a sus compañeros
que les rodeaban- había un superviviente y conocía al que ordenó
esto.
Además
de matar al danta atacaron de noche. Sir Marus Dross
intercedió esta vez. Era un hombre regordete y con el pelo escaso
que además de la espada reglamentaria de la orden portaba una enorme
hacha casi tan grande como él.
-¿Qué
atacaron de noche? ¡Joder! -exclamó-. ¡Voy a matar a ese mamón!
Nadie volvió a decir nada. Johan abrazó a Marus y después ordenó
a sus hombres volver a Nian, la mitad de la guarnición del ya
fallecido danta iría a la capital a reclutar más soldados y vender
el botín, la otra mitad se quedaría en Kest para defenderla.
Cuando
llegaron a su destino todo rebuscaron entre los cuerpos, estaban
entrenados para aquello. Una vez alguien ingresaba en la orden solo
podía vivir con su familia una semana al año, durante la fiesta de
la dahlia. Eso les había vuelto más insensibles, sabían que el
enemigo usaría a sus familiares como una buena baza para mermar su
moral, aunque eso no haría más que volverles más feroces. Denian
sabía que no podía confiar en ningunos de sus 'hermanos', era un
presentimiento que tenía. Algunos caballeros del trono habían huido
antes, habían dejado atrás su deber y sido libres. Al fin y al cabo
él no le debía nada a nadie de allí, su padre había muerto en
batalla y su madre a causa del invierno siguiente cuando él acababa
de ser reclutado.
Entró
en la sala de piedra y recogió las cosas que había en su
celda. El pequeño colgante de su madre, dos libros muy antiguos que
esta le había legado (databan de hacía más de dos mil años y eran
de un tal Bukowski, un tipo sin pelos en la lengua que había
vivido en otra época más...moderna) y la vieja hacha de su padre
que se colgó al cinturón.
Esta
no medía más de medio metro, perfecta para empuñarla en una sola
mano, y su hoja, corroída por el tiempo, aún parecía tan cortante
como un cuchillo caliente cerca de una barra de mantequilla.
Se
inclinó frente a su cama y con las manos sobre su pecho le rezó a
Dahla para que le protegiese. Quedaban tres horas para la
noche. El chico salió de allí mirando el violáceo cielo que se
extendía sobre él, tenía miedo y no sabía si podría sobrevivir a
aquella noche. Había robado una pequeña tienda de campaña de todas
las que pertenecían a su antigua familia. Miró una última vez a
atrás, a aquel montón de casa
completamente
quemadas y en ruinas para después seguir andando sin remordimientos
e internándose en el gran bosque que había al oeste. Siguió los
caminos hasta que la noche empezó a hacer acto de presencia, se
apartó del camino y comenzó a montar su tienda de campaña y a
improvisar una hoguera con las piedras y las ramas secas que había a
su alrededor.
En
aquella zona del bosque casi no había nieve, así que aquello era
más fácil. Podría tener el fuego encendido toda la noche. Encendió
el montoncito de madera que había apilado con su pedernal y se
introdujo en la tienda de campaña para no tener tanto frío. Hacía
frío, un frío de cojones, así que Denian tuvo que taparse con la
capa de color verde esmeralda que se había puesto antes de huir. A
esas alturas estarían preparándose para seguirle en cuanto el sol
saliese.
Podía
huir, pero la orden no le dejaría escapar con sus secretos. Sabía
crear viales de fuego y explosivos, cosa prohibida fuera de su
reducido grupo y un arte ya perdida con el tiempo, también sabía
las tácticas de batalla de los caballeros del trono, aquello podría
ser lo peor en años si caía en manos del enemigo. Y él, como el
resto de sus compañeros, poseía el momento y había huido
con él.
Se
había escapado con el secreto de la inmortalidad de los hermanos.
Gracias a aquel amuleto de forma ovalada con pequeños signos
grabados le confería aquel poder. Envejecía, como todos, pero no
moriría de viejo. Sólo podría morir si lo hacía en batalla, o
asesinado en un callejón. O quizás en ese mísero y asqueroso
bosque cuando al día siguiente Johan o alguno de sus hombres le
rebanase el cuello.
La
noche era total y la luna casi no daba luz, eso hizo que el miedo
aumentase.
Denian
comenzó a escuchar ruidos a su alrededor, ramas romperse, hojas
agitarse e incluso pasos y agarró la pequeña hacha de su padre que
reposaba a su lado ya que su espada esperaba clavada cerca de la
hoguera, era un viejo ritual que le había enseñado. Cuando de noche
tenía miedo de los nocturnos le decía que clavase su espada de
madera cerca del fuego de casa, eso le protegería ya que todos
temerían su poder y su terrible espada a la que ambos llamaban
Rozamán. Cada vez oía los ruidos más seguidos, y más
cerca, así que decidió asomarse y vio como un pequeños ojos en los
que se podía ver inteligencia y astucia miraban aquel fuego con
extraña curiosidad. Él se asustó y apretó con fuerza el mango de
madera de su arma.
-¡Seas
quien seas, lárgate! -exclamó como si fuese a servir de algo.
Contra todo pronóstico sirvió. Oyó como rápidamente aquel ser se
alejaba de él y soltó un leve suspiro de alivio. Volvió a su
tienda y se tumbó contra la bolsa en la que llevaba su ropa y las
pertenencias de su madre, era bastante grande y servía como un buen
apoyo así que sin darse cuenta se dormió. Soñó con que llegaba a
la capital, dejaba atrás esa estúpida vida y formaba una familia de
la que no le separasen por un estúpido deber lleno de corrupción y
ansias de poder, pero duró poco.
El
sol había salido hacia ya varias horas cuando el sonido de cascos de
caballos en la lejanía le despertaron. Estaban a un par de minutos
de él, con suerte tres. Rápidamente y sin molestarse en desmontar
la tienda agarró su espada y el hacha de su padre y se las enfundó
en su cinturón a la vez que se cargaba al hombro sus cosas, después
echó a correr dejando aquel campamento montado. No huyó por los
caminos, era una estupidez, si no que se internó en el bosque y
corrió entre los árboles como si su vida dependiera de ello, aunque
realmente dependía.
Todos
los árboles le parecían iguales cuando notó una rama impactar
contra su pecho y un fuerte dolor le azotó, estaba perdido y además
acababa de hacerse daño, quizás se hubiese roto una costillas, o
dos. Se puso en pie como pudo y dejó las cosas a un lado mientras se
tumbaba contra el tronco nudoso y áspero de aquel pino.
Respiró,
exhaló, respiró y volvió a exhalar. Pasados unos minutos se alzó
la camisa y miró su torso morado e inflamado, tenía que hacer algo.
Agarró su capa y con uno de sus cuchillos de caza la desgarró,
después improvisó unas pequeñas vendas que actuarían de soporte
improvisado para que no se le clavase ningún trozo de costilla o
cualquier cosa en un pulmón si iba con cuidado. Se puso en pie y
comenzó a caminar con lentitud, quedaban dos horas de luz y estaba
justo en el corazón del aquel infernal bosque. Tenía que llegar a
un lugar seguro, o al menos improvisar algún tipo de campamento para
pasar la noche. Juró no dormirse, estaba en aquello por haberse
dormido y maldita sea, los nocturnos podrían habérselo comido vivo
mientras dormía.
Sí, sí, ya sé que he estado un tiempo sin subir de esta novela pero... ¿queréis sinceridad? Me he replanteado muchas cosas de mi vida. Incluso estuve apunto de cerrar el blog y la verdad es que necesitaba un respiro, una tranquilidad y unas pequeñas vacaciones. Subir dos partes seguidas es mi recompensa oor la espera.
Hasta hace poco creía que efectivamente iba a acabar con este blog pero... ¡joder! Llevamos un año y medio juntos y casi ciento cincuenta entradas, le tengo y os tengo cariño.
He decidido cambiar un poco el formato del blog (seguiré subiendo textos míos, eso es jodidamente obvio, pero habrá cosas nuevas, ¡tranquilos! ¡No son booktags!)
En un rato subiré una entrada nueva en la que explicaré este cambio de formato, ¡estad atentos!
Efímero.
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