miércoles, 13 de enero de 2016

Día 2 (Sorol.)

Me desperté al alba, el cielo del amanecer en Sorol era de un color violáceo extraño, aunque precioso.
Tras vestirme y lavarme la cara me puse en marcha, deslicé una nota bajo la puerta de los chicos que había recogido el día anterior cerca del Frosk y salí de la cueva de Dastan, aunque bueno, más que una cueva era una posada.
Caminé durante un par de horas por el Frosk hasta que llegué a el Ank, el segundo bosque más antiguo de Sorol. Allí estaba Trok, esperándome.
-¿Necesitas que te abra el portal? -Preguntó con una pícara sonrisa.
-No es necesario, con que me des un poco de brom para dibujarlo yo mismo es suficiente.
-Eso está hecho, Viento. -Acto seguido comenzó a rebuscar en su macuto.
Sí, me había llamado Viento. En Sorol casi todos tenían una especie de pseudónimo y el mío era ese. Me lo había puesto Dastan la primera vez que me vió.
-Por cierto Tronk, ayer me encontré con un par de elfos cerca del Frosk, decían que venían desde Broth.
-¿Desde Broth? -Dijo sorprendido- ¡Pero si eso está a más de cinco mil juns!
-Sorprendente, ¿verdad? Diez mil kilóme... -Me interrumpí a mi mismo antes de terminar la frase, los habitantes de Sorol no sabían que era un kilómetro, esos usaban el jun.
-¿Kilo qué? -Dijo mirándome con cara de tonto.
-Nada, nada, tonterías. Olvídalo. -Dije quitándole importancia- ¿Tienes ya el brom? Tengo un poco de prisa...
-¡Sí! ¡Aquí tienes! -Dijo sacando un frasco lleno de polvo rojo de su bolsa.
-¡Gracias! ¡Tengo que irme ya! ¡Nos vemos esta noche en la cueva de Dastan!  -Dije mientras salía corriendo y me despedía del pequeño leprechaum con la mano.
Durante mi carrera casi muerdo el polvo (literalmente) por culpa de una piedra.
Un par de minutos y más de una decena de tropiezos después estaba en la cueva de Ank, el único punto de creación de portales de todo Sorol, aunque bueno, no es que se crearan muchos. Ningún Distopiense aparte de mi había entrado nunca en Sorol.
Dibujé las runas que hacían que el portal funcionase en un abrir y cerrar de ojos. Pronto se iluminó indicando que estaba activado y penetré por él, tirándome de cabeza.
Al principio me daba miedo miedo atravesar estos portales, creía que me quedaría encerrado en una especie de limbo entre Distopía y Sorol, temía no volver a ninguno de los dos sitios, pero poco a poco, entre viaja y viaje, perdí ese estúpido miedo.
Unos segundos después de atravesar el portal ya estaba en mi habitación, en Distopía.
Mi cuarto era pequeño, pero acogedor, se componía de una cama, un escritorio con su silla y dos armarios. Sobre el escritorio estaba mi portátil, encendido y con el wordpad abierto, a la espera de que alguien se sentase frente a él y empezace a escribir. Miré a un lado y a otro, salí de mi dormitorio y casi sin hacer ruido, abrí la puerta que daba a la calle.
Las calles de Madrid eran frías y solitarias a esas horas, aun no me había acostumbrado a el paso del tiempo en Sorol, cuando allí era de día en Distopía era de noche y eso a veces me resultaba demasiado confuso.
Continué mi marcha por la capital Española hasta llegar a la plaza del Callao.
Allí estaban, frente a mi, los cines a los que esa plaza daba nombre, los cines Callao.
Comencé a merodear alrededor de ellos, observando lo inmensa estructura y buscando un punto por el que colarme.
Tras unos diez minutos de inspección me percaté de una pequeña puerta que había en un lateral. Me acerqué a ella y tras escribir una runa de apertura con brom en ella se abrió. El brom servía para más cosas que abrir portales.
Recorrí uno de los pasillos de los cines los más rápida y sigilosamente que pude hasta llegar a una de las salas en las que estaban los proyectores. Inspeccioné el proyector más cercano a la puerta y la abertura por la que se proyectaban las películas, estaba apagado.
Lo agarré rápidamente y salí corriendo de la sala sin que me importase el sigilo. Uno de los guardas me vió pero no alcanzó, el proyector pesaba demasiado para mi, y más de una vez estuve apunto de caerm, pero por suerte conseguí salir de los cines de una pieza y llegar a casa sin que nadie me viese.
Cuando llegue al edificio en el que vivía lo primero que hice fue mirar el reloj de pared que había en el vestíbulo, las cuatro y cuarto, aún tenía tiempo de dormir un rato antes de volver a Sorol. Me tumbé en la cama y cerré los ojos, poniendo punto y final a mi aventura nocturna en Distopía.
El desagradable sonido del timbre me despertó, acto seguido oí dos fuertes golpes en la puerta.
-¡Policía! ¡Salga ahora o tiraremos la puerta abajo!
¡Mierda! Debieron revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad y verme la cara... 'Parezco tonto! ¡Maldita sea!
Me levanté de la cama con el corazón a mil por hora, agarré el frasco de brom que yacía sobre mi escritorio y empecé a dibujar las runas que activarían el portal a Sorol, por culpa de las prisas dibujé unas casi inteligibles, no sabía si funcionarían al ciento por ciento, pero había que intentarlo. El círculo se iluminó, agarré el proyector y salté hacia Sorol sin pensar en las consecuencias de que no funcionase.
Tras unos segundos que a mi me parecieron años caí de rodillas en la cueva de Ank.
Podía estar tranquilo, en cuanto la policía derribase la puerta sólo encontrarían restos de polvo rojo en la pared y una casa vacía ya que mis padres estaban de viaje.
Tras recuperar mi ritmo cardíaco normal me puse en pie y recogí el proyector, en su interior seguía la misma película que se había proyectado aquella noche en el cine, mi pequeño tesoro.
Eché a andar hacia la cueva de Dastan, el camino sería breve pero duro con el armatoste que llevaba bajo el brazo.
Después de casi dos horas a pie por los bosques llegué a la "posada", todos estaban allí bebiendo y bailando al son del violín de Lara, esa elfa que tan divertida me resultaba.
Coloqué el proyector sobre una de las estanterías que había anclada a una de las paredes de roca púlida tan suavemente que nos rodeaba y accioné la manivela pidiendo silencio. Todos se quedaron fascinados ante aquellas imagines que cobraban vida y sonaban gracias a los altavoces que había conseguido días atrás.
La película que aquel aparato proyectaba era "Forrest Gump".
"Mamá siempre decía que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes que te va a tocar" fue una de las frases que más les impactó a todos los espectadores de aquel tesoro.

Ésta es la última parte que escribí hace dos años, los siguientes "capítulos" publicados serán actuales, o sea, escritos recientemente o ese mismo día.

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