sábado, 21 de noviembre de 2015

Amelia Walker.

La joven Amelia Walker caminaba con total tranquilidad bajo las oscuras calles de Londres.
No había luces y lo único que iluminaba las calles era la gran luna llena que había sobre su cabeza, esa cabeza que no dejaba de pensar haciendo que sus engranajes girasen y girasen. 
Amelia no sabía exactamente que día era, pero sí estaba segura de que era noviembre y estaba en mil setecientos veintidós.
La joven podía oír los pasos del resto de transeuntes en las calles contiguas, aquellas que daban a pubs y fumaderos de opio de mala muerte. Aquella noche no, no quería fumar ni beber a costa de otros para después venderse junto a la barra por algo de comida o como mínimo por un chusco de pan.
Amelia entró en un viejo edificio de dos plantas cuyas ventanas no reflejaban más que oscuridad y lo hizo con miedo, muchísimo miedo.
Subió hasta la segunda planta y pegó en la puerta derecha tres veces siguiendo siempre un ritmo definido como el carnicero le había indicado.
-Hazlo tres veces, dejando una pausa de un segundo cada entre cada toque, y entonces te abrirá mi sobrino -aquel regordete hombre le esbozó una sonrisa-. Él sabrá que esa es la señal y te regalará un poco de carne para que puedas comer esta semana. Sé que la necesita, pequeña.
Eso es lo que le había dicho, o al menos lo que recordaba, y pasados unos segundos oyó como efectivamente la cerradura se desbloqueaba y el pomo de la puerta giraba hasta abrirse.
Un chico de unos dieciséis años abrió la puerta y la saludó con una sonrisa mellada, después le indicó que pasara.
Ahí dentro olía a muerte y a carne podrida, aunque era la casa de un carnicero y seguramente este guardaría allí todo el género, algo debería habérsele podrido.
Los pensamientos de Amelia cesaron cuando el chico le dio la espalda y empezó a rebuscar en un pequeño arcón que parecía estar lleno de hielo, después sacó un trazo de carne casi tan largo y ancho como un brazo envuelto en tela y se lo entregó a la chica.
Esta no se lo pensó y lo abrazó al instante, después se separó de él y quitó la tela para ver su regalo. 
La cara de Amelia palideció y la carne cayó de sus manos haciendo un sonoro plof para que después un brazo humano saliese rodando de entre los pliegues de la tela.
La chica gritó pero antes de alguien la oyese el chico esquelético y mellado le tapó la boca y la empujó hasta tenerla contra la pared y justo después le golpeó con fuerza la cabeza contra esta.
Amelia quedó inconsciente y el chico aprovechó para quitarle el viejo vestido raído y dejar su cuerpo desnudo al descubierto.
Tenía los pechos pequeños y una incipienta mata de pelo negro cubriéndole la entrepierna, aquelló excitó al chico que se bajó los pantalones y la violó. 
La penetró mientras le mordía el cuello y los pechos arrancándole pequeños trozos de carne con cada mordisco. 
Se corrió dentro de ella y se levantó, se subió los pantalones y cogió un viejo serrucho oxidado con el que comenzó a descuartizarla.
La carne comenzaba a pudrirseles y ahora por fin tendría nuevo género para vender al día siguiente en el mercado.

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