sábado, 8 de agosto de 2015

Marchito.

El campo sobre el que cayó su cadáver estaba muerto, marchito, carente de cualquier ápice de vida, como él. 
En sus ojos se podía ver la expresión asustada con la que había caído cuando notó como aquel proyectil impactaba contra su pecho. No había sido una flecha, no, eso no lo habría matado tan rápido, habían sido todos y cada uno de los recuerdo que conformaban aquel último año de su vida. De eso estaba hecho aquel mortal dardo, de instantes vividos que tiempo atrás le habían dado todo aquello que necesitaba para seguir adelante y que ahora acababan con él, marchitándolo a él y su alma, haciendo que en los ojos de este ya no hubiese vida incluso antes de morir y acabando con su sonrisa, dejando tan solo el recuerdo de una antigua sonrisa que no era ni siquiera suya. Ojo izquierdo ligeramente más cerrado, pómulos marcados y una bonita curva en su sonrisa que dejaba ver sus dientes.
El escritor había muerto junto a aquellas plantas y junto a esos recuerdos. Ese era su legado.


Efímero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario