sábado, 30 de mayo de 2015

El ladrón de instantes.

Sentía como aquella fría y húmeda arena se colaba entre los dedos de sus pies mientras la fría brisa arrastrada por aquel bravo mar impactaba contra sus brazos, ahora descubiertos y a merced de aquel bello lugar.
Una mano cálida y suave agarrada a la suya con anhelo y necesidad, con sus dedos enredados y formando un único y uniforme sitio en el que descansar, vivir y amar.
Ambos caminaban con cuidado sobre aquellas pequeñas montañas que forman aquellos juguetones gránulos soltando suaves risitas para después mirar aquel cielo contaminado de luz y casi carente de estrellas, extasiados, perdidos el uno en el otro, amándose de esa forma que solamente el ser humano hace, de ese modo nocivo y casi destructivo, pero les daba igual, y hacen bien.
Ambos se paran en seco y se miran a los ojos profundamente, dos pares del color del café que se fusionaban creando así un vínculo único y mágico, uno que no será fácil romper.
El intercambio de miradas duró apenas un minuto antes de que él la tirase con cuidado y suavidad sobre la arena, esa misma que se cuela entre su pelo como el más experto ladrón.
Ambos retozan y ríen bajo la luna llena, hasta que al fin él se acercó a sus labios y la besó con cuidado, mucho cuidado, robando y atesorando cada instante de aquella noche para ellos dos.

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