domingo, 12 de abril de 2015

Estremecí - R.Erótico.

Se puso en pie, dejándome solo en la cama.
La luz que penetraba por la ventana iluminaba su blanquecina piel y hacia que su pelo, ese del mismo color que el sol, centellease.
Analicé cada lunar de su espalda con cuidado desde mi aventajada posición en la cama, dos en la parte inferior de la nalga izquierda y uno justo en el centro de la espalda, tenía pocos lunares, muy pocos, pero cada uno de ellos era un lugar nuevo en el que recrearme.
Me estremecí ante la fría brisa que penetró por la ventana y después me senté en el borde de la cama mientras pasaba mis manos por su cintura provocando que ella se sentase sobre mis piernas.
Ambos estábamos desnudos y sentir su piel rozar la mía provocó en mí de nuevo aquello que habíamos sentido la noche anterior mientras yacíamos juntos, ese pequeño hormigueo que me hacía sonreír y reír.
Hacerlo con ella después de tanto tiempo había sido especial, había sido una experiencia nueva que jamás imaginé, había sido como perder de nuevo la virginidad, pero esta vez de una forma más inolvidable y especial.
Nos habíamos mirado a los ojos mientras mis manos recorrían todo su cuerpo, nos habíamos dicho que nos amábamos susurrándonoslo en el oído de una forma cómplice, de una forma que sólo nosotros sabíamos que compartíamos aquel sentimiento.
Había mordido sus labios y entre besos le había dicho lo bella que era, la felicidad que me proporcionaba y todo lo que sentía.
Ella había gemido mi nombre en mi oído mientras mordía el lóbulo de mi oído y nos fundíamos en un solo ser, mientras nos estremecíamos juntos y nos hacíamos uno solo. 
Ella acarició mi espalda y después, con cuidado y suavidad, me besó en la nuca mientras intentaba buscarme las cosquillas, por suerte no las encontró.
La empujé suavemente sobre la cama, recostándola, y comencé a acariciar sus caderas, ahora podía observar el resto de lunares restantes.
Uno cerca del ombligo, otro bajo el pecho derecho, otra en las clavículas las cuales besé, recreándome especialmente en ese lugar, y por último mi favorito, el lunar que tenía en el pezón izquierdo, ese que estaba justo en el final de la aureola de este, esa que era del tamaño perfecto para mí, dos dedos de grosor, perfectos para aquellos pechos firmes y totalmente redondos que adornaban su torso.
Besé todo su cuerpo con cuidado, de abajo a arriba, y cuando por fin llegué a su cuello empecé a hacerlo con más cuidado, propinándole a veces pequeños mordiscos que la hacían gemir con suavidad y clavar sus uñas justo en mi pecho, dejando en él suaves marcas. 
Ella comenzó a acariciar la zona superior de mi ingle, justo bajo mi ombligo, mientras que con la otra mano arañaba mi espalda. Ella sonreía con picardía mientras que hacia todo aquello.
Hazme tuya, pidió dirigiendo mi miembro hacia sus partes e introduciéndolo en él con suma lentitud y práctica.
El placer que sentí al fundirme de nuevo con ella en uno solo fue totalmente indescriptible y maravilloso, casi tanto como sentir sus piernas temblar con cada movimiento y embestida mía mientras que ella me mordía el cuello y me arañaba la espalda intentado contener un fuerte grito que llamaría la atención de los vecinos, pero al fin, se le escapó. Gimió mi nombre con suavidad mientras que me pedía que la hiciese mía, mientras que pedía que no la dejase escapar. 
Pude sentir como una pequeña gota de sangre salía desde mi cuello y se introducía en mis labios haciendo que ella la sintiese en uno de los momentos de clímax, hasta que al fin, ella gritó con todas sus fuerzas hundiendo su cabeza en mi cuello para que aquello no se oyese fuera de nuestro pequeño lugar, fuera de nuestro nido. 
Podían haber pasados un par de decenas de minutos cuando ambos conseguimos llegar al clímax, al séptimo cielo, al unísono, yéndonos dentro el uno del otro sin importarnos lo que pudiese ocurrir. 
Ella estaba tumbada a mi lado, acurrucada en mi pecho, con una sonrisa que era escondida por su pelo, pero aún así podía ver como sus bellos ojos verdes seguían iluminados como dos grandes faros en la noche.
-Te amo... 
Ella dijo aquello hundiendo su cabeza en mi cuello y escondiendo el más mínimo centímetro de su cara bajo su pelo, como si se avergonzara de aquello.
-Yo también te amo -musité.

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