Es gracioso como todo puede cambiar en
apenas unos minutos o con solo unas palabras. Creía que eso sólo
podía ocurrir en los libros, que eso no era más que una forma que
tenían los escritores para jugar con nosotros, cambiar la trama sin
ni siquiera darnos tiempo a procesar la información que estábamos
recibiendo, pero no. No era así, esas cosas pasaban en la realidad.
Casi como un soplo de aire fresco había
llegado ella tomando aquella posición que tenía a mi lado nueve
meses y dieciséis días antes de que como la misma fugacidad con la
que llegó, se marchase.
Me gustaría recordar a la perfección
todas y cada una de aquellas palabras que contenía ese mensaje con
el que dejó de formar parte de mi vida, pero mi cerebro,
inteligentemente, eliminó esa información para evitar la
autotortura, para evitar que pensase cada segundo en la primera y la
última sílaba de aquello.
Recuerdo que decía algo así como: "Lo
siento, pero la situación se ha hecho insostenible, tenemos que
acabar." Pero estoy seguro
de que no fue así, era mucho más largo y alentador, algo que jamás
me habría esperado y que acabó calando hasta el último de mis
huesos.
Puedo
recordar a la perfección todo lo que pasaba en ese instante,
recuerdo como iba en el coche, con mi padre sentado en el asiento del
conductor y su pareja en el del copiloto, a mi lado estaba una amiga
de ellas dos y tuve que contener las lágrimas aún sintiendo aquel
maldito escozor que señala la tristeza hecha líquido, creo que se
me escaparon algunas aunque nadie se dio cuenta. Suerte.
Ese
día íbamos de camino a un pequeño pueblo en el que no tuve
cobertura una vez llegué... Quince minutos después de haber
recibido aquel mensaje.
Si lo
hubiese mandado quince minutos después no lo habría visto hasta
bien entrada la noche y todo se habría tornado un poco mejor aquel
día.
Recuerdo
la vuelta, el sol caía y yo miraba hacia el horizonte en busca de
algo que me reconfortase, recuerdo como me hice el fuerte cuando tuve
que decir que ella acababa de dejarme, argumentando que no me
importaba, que estaba bien y que ya me esperaba aquello, siempre con
un atisbo de tristeza en los ojos, el espejo del alma.
Los
siguientes días fueron arduos, fueron lentos y dolorosos. Sin ella.
Nunca me había sentido tan mal por nadie, por absolutamente nadie.
Lloraba cada noche y no era capaz de decir su nombre sin que las
lágrimas me embargasen.
Recuerdo
aquella noche, treinta días después en la cena familiar, con todos
preguntándome que cómo me iba con ella y yo teniendo que aclarar
que ya no éramos nada.
Recuerdo
como dos meses después vi una foto del mismo día en que todo eso
había ocurrido, en aquel pueblo que espero no tener que volver a
visitar nunca más, sobre la tarta de cumpleaños de mi padre.
Aquella imagen me abrumó de una forma que odié y odiaré hasta el
final de mis días.
Por
suerte hay una noche de mi vida que no recuerdo, la única noche que
me gustaría recordar. Sé muy poco de ella. Sé que lloré y gemí
su nombre durante un buen rato mientras me abrazaban con fuerza, sé
que me derrumbé hay en medio estropeando la noche a todos los que me
acompañaban, sé que ellos me decían que no pasaba nada, que todo
estaría bien tarde o temprano, que no merecía la pena.
A
veces maldigo todos y cada uno de aquellos bellos instantes a su
lado, maldigo cada vez que me acuerdo de su sonrisa o de algo
relacionado con ella, maldigo como ahora mismo dos lágrimas caen
sobre mis ojos, maldigo como cuando me echo más colonia de la cuenta
recuerdo aquel día que nos íbamos a ver y me dijo que cuidado, no
me echara mucha o olería a demasiada e hizo una broma con algo que
le había pasado a una amiga suya, maldigo como me leía aquel
prospecto del pegamento en su idioma natal mientras yo le decía que
si lo hacía la besaría para callarla, maldigo aquel banco donde
compartimos tanto, y maldigo el brillo de sus ojos mientras sonreía.
Maldigo
los días como hoy. Maldigo cada día que pasa.
Supongo
que he pasado página, han pasado muchas cosas en mi vida desde
aquello pero aún no he sido capaz de tirar sus cosas a pesar de
tenerlas escondidas en una maleta roja, la maleta roja, tras el
armario, y sé que todo ha acabado.
Buen
viaje.
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