Miré a mi alrededor y me dejé caer, haciéndome un
ovillo y empezando a llorar en aquella soledad.
Estaba solo, moriría solo, o simplemente me
encontrarían y me matarían.
No volvería a luchar, a matar, eso lo había decidido,
la guerra había sido el desembocante de todo aquello y yo no
formaría parte de más guerras, pero, ¿qué iba a ser yo ahora?
Había nacido para aquello y era lo único que sabía hacer.
Me puse en pie y comencé a caminar, tenía un objetivo,
un único objetivo.
A mí alrededor sólo había muerte y olor a
putrefacción, creí oír algún que otro grito de auxilio pero no
encontré nada.
Era horrible, la mayor parte de los muertos eran niños,
pobres e inocentes niños, ¿o no tan inocentes? Desde los cinco años
cualquier Tother ya sabía empuñar un arma y podía matar sin
remordimientos pero aún así, ¡no eran más que niños!
Me dolía la cabeza, era un torbellino de pensamientos,
una absoluta desidia, de hecho, ni siquiera debería estar en activo.
Aún no era capaz de asimilar que yo, sólo yo, era el último de mi
especie. ¡Era imposible! Debía haber alguien más aún vivo,
alguien más que hubiese corrido la misma suerte que yo...
Antes de darme cuenta estaba ahí, en la ciudad.
Estaba completamente vacía, desolada, o eso parecía.
Era una ciudad realmente enorme, en ella habían
habitado más de seis millones de personas, pero claro, aquella bomba
había acabado con todo.
No había sido una bomba cualquiera, había sido una de
rayos astreos que había desintegrado todos los cuerpos, seis
millones de almas muertas en un solo instante, la noticia había
hecho mella en todos nosotros.
Mi instructor había nacido ahí, en Joines, y en cuanto
se enteró de aquello vino a mi casa a contármelo, totalmente
afectado y haciendo que mi esposa, su sobrina, empezase a llorar.
Sí, ella también había muerto, junto a mis hijos,
Koref y Fred, pero estábamos entrenados para esconder el dolor, para
esconder toda emoción, querían que fuésemos máquinas, meras
máquinas. Nunca me había sentido bien con aquello, si no sentimos,
¿en qué nos convertimos?
Había cuerpos totalmente descompuestos por toda la
ciudad, pero ahí estaba, lo que yo buscaba.
'Trinko,
todo lo que necesites.' Era un
gran almacén que había visitado tiempo atrás, tenían de todo.
Desde ropa a material de reparaciones, y eso último era lo que más
necesitaba.
Entré en aquel lugar apartando un esqueleto blanquecino
y poroso que había justo frente a la puerta de una patada.
Aquel lugar estaba compuesto por una gran nave
industrial con más de un centenar de estanterías en ella, todas
llenas de objetos.
Comencé a rebuscar por aquel lugar, mirando con horror
cada 'cadáver' que encontraba a mí paso, había más de un centenar
sólo en la primera mitad.
Cogí un pantalón negro de tela y una camisa raída de
color marrón que llevaba enganchada una capa color escarlata,
serviría para reemplazar aquella fea armadura.
Ahora el problema eran mis ojos, necesitaba algo para
cubrirlos, y ahí estaba, a menos de medio metro de mí, unas bonitas
gafas de sol de color negras.
Seguí buscando durante un buen rato hasta tenerlo todo.
Un soldador, dos garrafas llenas de combustible y una
caja de herramientas.
Había armas pero ni siquiera me molesté en coger una
de ellas, no servirían para nada y de todos modos tampoco quería
usarlas.
Salí de aquel lugar y miré a mi alrededor.
Había varios todoterrenos militares y alguna furgoneta,
los coches particulares escaseaban ya que habían sido utilizados por
todos aquellos soldados destinados a otro frente que no fuese el suyo
propio.
Me decanté por uno de aquellos todoterrenos de color
negro, era el más disimulado de todos aquellos.
Monté en él pero antes de darme cuenta tenía una
pistola apuntándome a la nuca.
-¿Qué eres? -preguntó una voz fría y áspera a mi
espalda.
-Soy humano -mentí.
-Date la vuelta y mírame a los ojos.
Me volví y le miré, él sí que era humano. Era un
chico de unos veinte años con el pelo rojo como el fuego y los ojos
marrones como la arena del desierto.
Me quitó las gafas y en el instante en que vio el color
de mis ojos su mano comenzó a temblar.
Si ese chico no hubiese tenido tal pavor habría acabado
con mi vida en ese instante, pero no era capaz de apretar el gatillo.
-¿Vas a bajar el arma o me vas a matar ya? -pregunté.
El chico tomó la primera opción y me miró en
silencio, tenía miedo, bueno, miedo era poco, estaba completamente
acojonado.
-No...no me mates... -pidió.
A modo de respuesta tan sólo le arrebaté la pistola y
le puse el seguro. Era una Hertros, una pistola Tother. Debía
habérsela quitado a algún cadáver o haberla recibido cuando los
humanos se quedaron sin sus propias armas, habían reclutado a toda
persona mayor de quince años y no tenían armas para todos.
-Gra...gracias.
-Necesito tu ayuda. Quiero entrar en vuestro distrito.
-Pe...pero eso es imposible...
Y así era, era absolutamente imposible entrar en el
distrito de los humanos. Una gran muralla de titanio custodiada por
media centena de soldados separaba cada distrito, para poder entrar
mirarían mis ojos y por lo tanto me descubrirían, ese sería mi
final. Aunque claro, no me importaba morir en aquel instante.
-Tú sólo tienes que conducir, yo me encargo de lo
demás. ¿Hay más de los tuyos aquí?
-Sí, alrededor de unos doscientos, toda mi brigada...
Están registrando los pisos.
Asentí al momento, doscientos... Tenía que irme de ahí
en ese instante o me matrarían.
-Conduce -ordené yéndome hacia el asiento trasero.
Y así lo hizo, el chico encendió el motor y empezó a
conducir, dejando aquella ciudad atrás.
Pude ver a más de un soldado salir a la carretera para
ver como el coche se alejaba, de hecho, pude oír más de un disparo
dirigido en nuestra dirección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario