miércoles, 16 de noviembre de 2016

Serendipity. PARTE I.

 De forma irónica me llaman Sluj, lo que viene a ser oído. Y sí, digo irónica porque oír es lo único que puedo hacer.
Los dioses lo han querido así, han querido que yo no sea más que un tullido que vive en medio del bosque y cuya única cualidad es oír.
Miremos el lado bueno, al poder oír puedo imaginarme lo que me rodea e incluso escuchar eso que las gentes llaman música. Dicen que hace sentir cosas inexplicables pero... A mí no me lo ha hecho. Jamás he sentido nada aparte de dolor físico cuando de pequeños los otros chicos del orfanato me pegaban palizas.
Esos buitres sabían que si no hablaban no podría chivarme de quiénes habían sido a la directora, aunque fue un gran error. Con el paso del tiempo me familiaricé con la respiración y los latidos del corazón de cada uno de mis compañeros y así podía identificarlos sin oír sus voces.
Por ejemplo, el líder de todos ellos, Frey, tenía una leve arritmia y además cuando respiraba demasiado fuerte a causa de la excitación de pegarme a mí u a otro sonaba como un maldito puerco ahogándose.
Diría que lo odiaba, pero estaría mintiendo, como ya he dicho jamás he sentido nada, otra de las divertidas maldiciones que los malditos dioses echaron sobre mí.
Creo que soy algo así como su títere, como un juguetito para ellos, o quizás un experimento. Se divierten viéndome 'sufrir', es algo que tengo muy claro, y lo tuve aún más cuando huía de aquel infecto lugar en el que me crié con quince años para esconderme en el bosque. La primera noche en él casi me matan.
Un par de asaltacaminos me atacaron e intentaron robarme, el problema es que no llevaba nada encima aparte de la ropa con la que había huido. Me dejaron desnudo en una zanja mientras llovía, casi me da una hipotermia.
Algunas horas después oí como las ruedas de un carruaje y los cascos de unos caballos pasaban por mi lado y de repente se paraban en seco. Conocía aquel ruido, era el del carromato de un mercader.
La diferencia entre los carros de los vendedores y los que usan los burgueses para transportarse es que cuando los del primer tipo frenan se escucha un fuerte 'clac', sin embargo entre los petimetres y adinerados lo que suena es un 'clic, clec' sin dejar apenas el margen de medio segundo entre ambos.
Oí como alguien se apeaba del vehículo y después sentí su mano sobre mi brazo del cual tiró hasta ponerme en pie para después colocar sobre mis hombros una manta.
Como supe más tarde aquel hombre era ciego y me enseñó algo que hoy día me ha enseñado a ver.
Se llamaba Karl y era un vendedor ambulante de pieles. Para vender pieles no le hacía falta verlas, simplemente con tocarlas ya podía saber la calidad de estas. Intentó enseñarme el negocio, quería un ayudante, el problema era que mi 'maldición' también actuaba ahí. Para mí todo lo que tocaba era igual, desde la más áspera piel hasta la más suave seda, de hecho, sentía lo mismo al tocar un barril de cerveza que al tocar el pecho de una dama desnuda.
Karl me enseñó a ver los días de lluvia como aquel en el que me había rescatado.
Cada gota caía en un lugar específico y si me concentraba podía crear en mi cabeza un mapa del lugar gracias al sonido de las gotas al impactar.
El día en que empezó todo llovía, llovía como si se fuese a acabar el mundo, pero entre las ramas de los árboles entró una suave brisa que me llamaba, una brisa que casi podía decirse que llevaba mi nombre.
No sé por qué pero la seguí, la seguí hasta llegar a un claro en el bosque por cuyo centro podía oír como corría un pequeño riachuelo.
Allí había alguien, puedo oírlo respirar.
Por la suavidad en que respiraba y su cautela era una mujer, una mujer que como pude ver cuando tracé el mapa de lluvia sobre ella llevaba un instrumento musical en las manos. Una vez Karl me había descrito aquel instrumento y me había dicho su nombre, un laúd.
* * *
La chica del laúd se llamaba Chustvo y quizás por el azar o porque los dioses titiriteros lo quisieron era otra de los seis malditos.
Ella carecía de los cinco sentidos, ver, oír, sentir el tacto de algo, poder saborearlo y olerlo, pero tenía lo que quizás para algunos es lo más importante y de lo que los demás carecían, podía sentir desde el más profundo amor a la más honda cólera.
Muchos la consideraban una muerta en vida por no tener ninguna de aquellas cinco cosas básicas pero lo que no sabían es que ella podía saber como era un lugar con solo concentrarse.
Sentía la tranquilidad de aquel bosque y del hombre que tenía frente a ella a pesar de no poder verlo, oírlo u olerlo.
Podía sentir como el agua fluía con normalidad unos metros hasta que se topaba con un tronco que había caído sobre su camino y le obstruía parte del paso, y podía sentir como los pájaros cantaban a su alrededor, pero lo que más le gustaba sentir era la música, la música que salía de sus estúpidos dedos que cuando tocaban la cuerda del laúd simplemente no sentían nada.
La chica aguardó hasta que sintió como Sluj se tranquilizaba y decía algo. No pudo saber el qué, pero lo dejó estar. Podía saber que eran palabras tranquilas, ninguno de los dos estaba asustado.
Chustvo colocó su laúd con cuidado y comenzó a tocar mientras tatareaba sin darse cuenta. Habría cantado, pero no conocía ninguna palabra y mucho menos alguna canción.
La joven sentía como aquella hermosa música corría por sus venas haciendo que su corazón latiese a mil, podía sentir como la felicidad abrumaba aquello que tenía en el pecho y lo extendía por todo su cuerpo haciendo que ella misma se estremeciese sin siquiera poder oírse.
Podía sentir como el joven del claro movía la cabeza al son de su música mientras la oía con extremo cuidado, quizás él también la estuviese sintiendo.
Podía sentir como el mundo desaparecía a su alrededor dejándola a ella sola con aquel instrumento en un mundo aún más oscuro a su alrededor del que había antes sus ojos, y entonces se oyó.

Oyó como su propia música sonaba y su laúd cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos. Era la primera vez que se oía y no podía creérselo, no pudo creérselo hasta el punto en que se desplomó. Se cayó de espaldas mientras dejaba de sentir el peso de su instrumento entre las manos y mientras en su mente aparecía una gran fascinación e incredulidad. ¿Por qué? Eso era lo único que podía preguntarse aquella chica mientras caía inconsciente en los brazos de Morfeo para que el chico que sólo podía oír corriese hacia ella y la abrazase con fuerza con lágrimas en los ojos. Él también había sentido, por eso lloraba. Era la primera vez que lloraba.

1 comentario:

  1. a ve que yo estaba to bien lellendo esto y er tio disia que solo podia oi pero dispue dise que siente argo ma a mi tu mas timao con lo que me gustaba a mi este brog

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