Cuando
la noche cayó el joven pelirrojo ya había encendido una hoguera,
pequeña para no alertar a los caballeros de la orden, ellos también
estaban en aquel bosque y pasado un rato incluso pudo ver sus
hogueras a varios kilómetros de su improvisado campamento.
La
noche fue como la anterior, pero sin aquellos ojillos inteligentes y
astutos que había visto el día anterior.
¿A
quién habrían mandado a por él? ¿A Sir Dom Lockwell? ¿O a
Sir Nathan Breck? Eran los dos mejores rastreadores de la
orden y quizáslos más letales por eso una hora antes de que el sol
saliese comenzó a andar con una pequeña antorcha en la mano.
Su
estómago rugía cuanto más se acercaba, quizás no se hubiese
despertado cuando llegase y con suerte llevaría provisiones consigo.
Algunas verduras y si Dahla lo quería un poco de carne.
Empezó
a amanecer y Denian apagó su antorcha, necesitaba las manos libres,
estaba cerca. Podía oler las heces del caballo que llevaba consigo,
y quizás en cierto modo podía sentir el calor del fuego que aún
ardía.
Denian,
sin pensárselo, corrió con su hacha en la mano hacia el enorme
bulto que había bajo una manta cerca la hoguera y en ese momento
notó como se clavaba en algo blando y no en carne y músculo como
había pensado, justo después sintió una fuerte punzada en el
costado y se dio la vuelta.
Frente
a él estaba Lockwell con su espada llena de sangre en las manos y
mirándole con firmeza, después el chico le asestó un fuerte golpe
en el pecho reventándole parte de la armadura.
Su
exhermano intentó volver a propinarle un golpe, esta vez en
el corazón pero él fue lo suficientemente rápido como para
retroceder y pegarle un puñetazo en la barbilla a la vez que el arma
de este bajaba.
Sin
pensárselo dos veces la hoja curva del arma de Denian se enterró en
la montaña de pelo castaño de Dom y los ojos de este perdieron la
vida.
El
chico retrocedió y miró con miedo sus manos llenas de un líquido
rojo, después recogió la manta que aún yacía en el suelo y con
ella limpió su arma.
Lo
siguiente que hizo fue recoger la bolsa de provisiones de aquel
muerto y arrebatarle su capa la cual se puso cuando montó en el
caballo negro y blanco que esperaba ahí, relinchando y pataleando.
Aquel
día duraría unas seis o siete horas, si explotaba al máximo
aquella montura podría llegar al pueblo más cerca y pasar la noche
en una posada y de paso sería libre. La orden no mandaría a un
nuevo explorador hasta pasada una semana, cuando se suponía que
debía volver Lockwell, o al menos ese el procedimiento habitual.
Nunca antes nadie había escapado con vida, o si había ocurrido no
se sabía.
La
tierra olía a nuevo, a limpio, era como si todo volviese a empezar
en su vida, como si cada aroma, cada instante y cada sensación jamás
hubiesen sido experimentadas por él o por nadie, así que cuando
salió del bosque ni siquiera se dio cuenta, no hasta que su caballo
chocó con una pequeña muralla de piedra que limitaba las tierras de
un granjero que cuando Denian entró en sus tierras cai volando y
rodó por la tierra estaba arando sus tierras y lo miró
completamente asombrado.
-¡Eh,
eh, chico! ¿Estás bien? -preguntó acercándose a él.
El
pelirrojo soltó un gemido de dolor, aquello había terminado de
romperle las costillas si no las tenía ya rotas.
Aquel
hombre era regordete y bajito, con el pelo rizado y un bigote que le
daba aspecto de fortachón.
-Sí...creo
-musitó el chico dándole la mano.
Le
ayudó a ponerse en pie y apoyarse contra el muro de yeso de su casa,
parecía pequeña aunque seguramente tendría un sótano donde
dormirían y guardarían las provisiones y la leña.
-Me
llamo Dwayd, ¿dónde ibas así? ¡Casi matas a ese animal! -dijo
mirando al caballo-. Es una pieza excelente y me vendría genial
para...
-Pare,
por favor -pidió el chico-. Le regalaré el caballo, trabajaré para
usted, haré lo que quiera, pero pare.
Denian
se llevó una mano a la cabeza, le dolía demasiado y no quería oír
aquella voz de pito tan insistente.
-Está
bien, muchacho -dijo guardando colgándose la pequeña hoz en el
cinto-. ¿Quieres entrar? Casi es de noche.
Denian
asintió y le siguió. Estaba muerto de hambre y el olor de puchero
que le inundó nada más entrar en aquella pequeña casa con el suelo
de madera y solo una mesa y seis sillas fue espectacular.
Vio
como a su izquierda una joven chica con pelo de trigo y ojos de
esmeralda cocinaba, era demasiado joven para ser la esposa de Dwayn
así que Denian supuso que era su hija.
La
joven le miró extrañada y después hizo lo mismo con su padre el
cual tras unos segundos se acercó a ella y le dio un beso en la
frente.
-Es
un nuevo amigo -dijo-. Esta noche se quedará a dormir aquí, si él
quiere.
Denian
observó unos instantes al hombre, parecía campechano y humilde, no
podía tener malas intenciones, o al menos no lo parecía, así que
decidió aceptar la oferta y se ofreció a ayudarle a la mañana
siguiente con las tareas del campo.
Aquello
no era tierra sagrada, estaban fuera de las zona donde no se hablaba
de noche por medio a los nocturnos, a pocos kilómetros así que aún
existía la amenaza, pero era una amenaza tan débil que Denian no
tuvo miedo, aunque Dwayn sí y cerró la puerta de su casa con varios
cerrojos y un enorme tablón de madera que evitaba que la puerta se
abriese.
Hannah,
la hija del campesino, sirvió la cena y miró a Denian con una
pequeña sonrisa a la vez que vertía un poco de su creación en el
tazón del pelirrojo y este le devolvió la sonrisa.
Todos
comenzaron a comer, el chico más rápido y con más voracidad que
nadie. Llevaba sin comer dos días y sus tripas rugían como nunca.
La
comida se acabó y todos se miraron sin saber muy bien qué decir.
-Bueno...-dudó
un instante antes de decir su nombre- Denin, ¿cómo has llegado
aquí?
Hannah
le miró tras formular aquella pregunta con su dulce voz y después
esperó a que este respondiera.
En
su cara se pudo ver que no sabía que decir. No podía ser sincero,
posiblemente la orden ofrecería una recompensa por él o cualquier
explicación de como había llegado allí.
Se
rascó la espalda y notó como la sangre se había secado justo donde
Lockwell le había apuñalado, al menos Dwayn ya se imaginaría lo
que había ocurrido y por su barba también tendría una ligera idea
de quien era.
-He
huido -dijo con voz seca y esperándose lo peor.
Ambos
lo miraron con sorpresa, aunque la del hombre del bigote parecía más
bien fingida y después se pusieron en pie.
-Pero...pero...
-dudó Dwayn-. ¡Tienes que irte!
Cuando
este se acercaba a la puerta Hannah le agarró del hombro y miró a
su padre a los ojos.
-¡Papá!
No puedes hacer esto. ¿Se lo habrías hecho a él? -preguntó la
chica.
Dwayn
bajó la mirada al suelo y después se apoyó contra la puerta para
devolver la vista al chico.
-Tenía
un hijo como tú... -comenzó a contar-. Un día vinieron, decían
que servían a Dahla y se lo llevaron. Decían que necesitaban
soldados y...y... -tanto él como Hannah lloraba ahora-. A la semana
había muerto. Una emboscada en el bosque.
Ambos
se abrazaron, padre e hija unidos en un cálido abrazo que apenas
duró un minuto, después Dwayn se acercó al chico y le dio otro
abrazo a él.
-Quédate...si
quieres -musitó-. Pero si...si vienen prométeme que la protegerás
-señaló a su hija-. A mí me da igual morir, pero necesito que la
protejas.
Hannah
escondió su rostro entre sus propias manos y continuó llorando.
Aquella idea parecía aterrarle y no quería que ocurriese, era
impensable para ella perder a otra persona y se podía ver en sus
enrojecidos ojos verdes.
Las
lágrimas cansaron a todos y Denian necesitaba dormir bien tras todo
aquello.
Dwayn
improvisó un catre con algo de heno que tenía ahí y colocó una de
las mantas de las que disponía sobre la pila de este, después
invitó al chico a dormir ahí y él aceptó de buena gana.
Hannah
dormía a pocos metros de él y podía sentir el calor que esta
emanaba, mientras que Dwayn dormía arriba, sobre la mesa del comedor
la cual adecentaba con un par de telas rellenas de algodón. Este
último roncaba como mil demonios juntos y hacía que todas las
paredes de la casa vibrasen como si un ejército entero de caballería
se acercase a aquella villa, aunque claro, aquellos caballeros
ficticios no eran los únicos que estaban en camino aunque ninguno de
aquellos inocentes que dormían plácidamente lo sabían.
No
sabían lo que se acercaba a aquel sitio a pesar de que la noche
estaba ahí, oscura y acechante, a la espera de poder tragarse a
aquellos cualquiera que se acercase a ella tarde o temprano.
Él
sol salió, y tanto Dwayn como Denian cogieron herramientas de
cultivo y semillas y comenzaron a trabajar en el campo. Aquello era
duro, aunque no tanto como un entrenamiento con Johan, uno de esos en
los que o luchabas o acababas en la enfermería con una paliza de
muerte.
Lo
bueno de aquello es que de vez en cuando Hannah se acercaba a ellos
con un par de jarras llenas de cerveza o vino y le alegraba la vista
a Denian con su bonito y ceñido vestido de raso gris.
Estaban
plantando patatas cuando el sonido de los cascos llegó hasta la
villa, podía venir de cualquier parte pero los curtidos oídos del
guerrero sabían que lo hacían desde el bosque. El viento soplaba a
favor, así que aún seguían dentro y no tardarían mucho en llegar.
Dwayn
notó el miedo en el rostro del chico y él también se atemorizó
cuando este le tendió un largo cuchillo de caza que casi podría
considerarse una espada pequeña.
-¡Hannah,
joder! ¡Enciérrate! -le gritó a su hija.
Lo
hizo justo cuando la sombra de un negro caballo comenzaba a verse en
el fondo, justo cuando la silueta de un hombre con una larga, muy
larga barba aparecía en el horizonte y Denian empuñaba con fuerza
el hacha oxidada de su ya muerto padre.
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