domingo, 1 de marzo de 2015

Abierto veinticuatro horas.

Siempre que escribo sobre esto pienso antes lo que voy a decir en mi cabeza, lo pulo, lo hago mío y me sumerjo en ello, pero este no será el caso. Hoy voy a improvisar, voy a hablar de ese sentimiento que ya he hablado otras veces sin pensarlo, simplemente diciendo lo primero que se me venga en gana, improvisando, siendo yo mismo.
El amor es una maldita desidia que nos vuelve locos, que se puede experimentar en cualquier momento de la vida por poco creíble que suene. No hay edad para el amor, no hoy momento para él, no hay número de veces que se puede sentir, de hecho, no sé ni si considerarlo un sentimiento. Es un modo de vida, un cauce, una necesidad que fluye en nuestras venas a la par que la sangre provocándonos un mar de emociones que a veces llegamos a repudiar.
Yo mismo en mi primer intento del amor, del amor verdadero, acabé escaldado, acabé hecho un harapo y sin ganas de existir. Con el alma deshecha, el corazón roto y lágrimas invisibles que caían por mis mejillas cada día.
Hace tiempo desde que toda esa mierda empezó a hacerme daño y poco a poco, día a día, se desvanece.
Tras el amor siempre hay alguien, alguien que está ahí, apoyándote y susurrándote al oído palabras de mimo y cariño, alguien que te cuidaría hasta su último aliento si fuese necesario, y ese alguien acaba ganándose tu cariño, tu mimo.
Empecé a oír a una cantante que apenas producía nada en mí, Marissa Nadler se llama, y en cuanto todo eso pasó sus canciones, su letra, la melodía de su voz, hacía que mi piel se volviese sensible, que el vello de la nunca se me erizase y de nuevo todo volviese a mí. Era una sensación febril que me llegaba a llenar, me ayuda más del daño que me hacia, de hecho, ahora estoy oyéndola.
A medida que pasa el tiempo nuestra vida cae, nuestros sentimientos mueren juntos con nuestro tiempo, y nuevos sentimientos afloran, afloran en nuestro ser y nuestra alma haciéndonos sonreír, haciéndonos felices de nuevo.
Volví a sonreír después de eso, sonreí como le gustaba, y sigo haciéndolo a menudo. A veces falsamente, a veces de verdad.
Simplemente puedo decirle: Gracias.
Sabe que me tiene aquí cuando lo necesite, sabe que siempre estaré para ella porque es algo que se ganó a pulso con el paso del tiempo.
Gracias. Estaré abierto veinticuatro horas, por si necesitas cualquier cosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario