viernes, 18 de septiembre de 2015

Impulsos.

A veces no sabía lo que hacía, y esta era una de esas veces.
Macus se levantó de la cama sin pensárselo dos veces y se dirigió al armario de su habitación.
No, no, dentro no estaba Narnia, tampoco había luz ni nada importante o trascendental que hacer, tan solo había tela que había sido convertida en ropa que ni siquiera le gustaba. Camisetas con estampados horteras, jerseys que picaban, chaquetas incómodas y que le hacían sentirse como un maniquí...
Su subconsciente no lo pensó dos veces, alargó la mano y tiró de una cuerda que inicialmente sólo podía rozar con los dedos.
Un pequeño compartimento secreto que nadie había visto en años se abrió y de él surgió una ráfaga asfixiante de polvo a la vez que en modo de avalancha caían juguetes y recuerdos al lado del pobre chico que miraba aquello impasible. Se sentó en el suelo, cruzando las piernas como si fuera un indio y comenzó a rebuscar entre aquellos polvorientos pedacitos de alma.
En poco tiempo encontró lo que buscaba, un cuaderno (algo raído por el paso del tiempo y el uso) de una belleza indescriptible para un objeto tan simple. A veces una imagen vale más que mil palabras, o al menos, eso es lo que dicen, pero ni con mil imágenes habríamos captado la verdadera belleza de aquel grimorio de recuerdos. 
Marcus guardó el silencio y la calma durante un par de minutos hasta se decidió a abrirlo. Lo hojeó un buen rato hasta que de repente se paró en seco en la página cincuenta y siete o cincuenta y ocho. En ella el texto rezaba:

No vuelvas a leerme,           
tan solo te recordaré            
lo que fuimos y pudimos       
ser, y eso sólo te destrozaría
un poco más.                         

Después cerró el cuaderno.

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